Hasta el momento que entró al salón con sus pasos largos pero parsimoniosos y ademanes de gentleman inglés. Nunca me había metido, en mis 5 años de estudios universitarios nunca me había metido con un profesor no fijado, pero mis más allegados me habían dicho que el otro profesor era de lo peor, y así, cualquier no fijado iba a ser mejor que ese otro; además me caía perfecto porque me dejaba tiempo libre para poder tomar mi último curso de carrera con la profesora que me había enseñado el ciclo anterior y que es simplemente divina.
La clase estaba expectante, estábamos chicos de todos los grupos de la facultad, amigos en común, no tan amigos, amigos de sólo clase, amigos de toda la vida y amigos que nos volveríamos porque nos graduaremos juntos y nos une una carrera y un medio. Todos hablábamos, comentábamos las vacaciones, las chambas, los planes, la graduación, el último curso de la vida, etc., cuando se oyó el molesto ruido metálico que odio de las puertas con cerradura a presión, y que siempre trato de amortiguar con el sigilo de ladrón. Todos quedamos un poquito callados porque había entrado el profesor. Su camino lo tomó por el sendero implícito que formaba la hilera de mi carpeta con la de las carpetas vecinas, cuando pasó por mi lado no noté otra cosa más que su reloj grande, cuadrado, informal y a la vez muy elegante, y tampoco se podía obviar el brillo fulminante de un metal dorado.
Cuando pasó por mi lado jamás pensé que esa figura larga me quitaría el sueño e inspiraría este post. Llegó al frente del salón, dejó sus pertenencias minimalistas en el podio y giró con gracia hacia la clase y dijo, también graciosamente, “Buenas noches, soy el profesor no fijado” y nos mostró sus dientes hermosos. Sería que lo tenía muy lejos y que su aspecto, tal vez un poco esmirriado que al principio no me impactó, pero ese señor tiene algo, qué será, pero es algo que hipnotiza y que enamora. Mientras hablaba sobre su experiencia profesional (un curriculum envidiable el suyo) y las bases del curso se paseaba entre los corredores que formaban las carpetas y se fue acercando hacia mí. No recuerdo como fue que me di cuenta de que era absoluta y perturbadoramente hermoso, sólo recuerdo que le mandé un mensaje a una amiga de clase “qué churro el profe!!!”, ella me respondió igual.
Era imposible no mirarlo, no sonreírle, para mi era imposible no ver su reloj (hasta el último día de la clase auscultaba entre las mangas de su camisa para ver que marca era, no lo logré) ni ver el anillo que lucía inmenso en su anular. El anillo en cuestión, más fatal que el de Sauron, era, aparentemente un anillo normal, pero en su mano se veía descomunal, no sé si el anillo era en realidad muy grande, o si sus dedos eran muy delgados (cosa que dudo pues hasta sus manos son perfectas), pero esa joyita lucía, como dije, descomunal.
Ese hombre es perfecto. Es guapo, inteligente, sencillo, amable, hermoso, educado, con plata, con experiencia, un puestazo, comprensivo, amigable…en fin, qué más puedo decir? No me alcanzan adjetivos para describir a mi profe…aunque debería agregar un adjetivo que, si bien no es un posesivo, sí lo es: CASADO.
Mi profe está casado y tiene un hogar feliz, digno de una portada de Cosas. Uno comprende perfectamente la situación, pero los ojitos se hicieron para ver y uno no decide sobre el gusto; así que mi profe, casado y todo, me gustaba y me moría por él. Obviamente es un imposible, pero…mirando, es decir: tomando atención a cada detalle de la clase, y sobre todo, sacando provecho de las asesorías, no le hago daño a nadie y puedo sentir un poquito del síndrome de Stendhal para calmar mis deseos. Es el puro goce estético de sentir a mi profe a mi lado, de ver su sonrisa y abstraerme en sus dientes, saber que me estima y conversar sobre las tendencias del mercado y del medio actualmente. Realmente yo sentía algo muy especial por él, tanto por las razones que he mencionado, y también porque se mostraba muy amable, muy accesible, dispuesto a ayudar y a conversar y pues, no sólo conmigo, sino con toda la clase, aparte de hermoso, entonces, un profesor genial.
Creo que nunca me había esforzado tanto en un curso, tomaba la lista, él me llamaba para avisar que estaba tarde, si yo también estaba tarde llamaba a alguien que esté temprano para que avise a todos que ambos estábamos tarde y no se impacientes. Un día de clase, al final, yo bajé los escalones de la clase a entregarle un documento “gracias amigo!” me dijo, “ok, chau profe”, con mi mejor sonrisa, pero al voltear su brazo me detuvo y me dijo: “cómo va tu chamba”, es que sucede que estaba un poco desesperado con el trabajo final, lo hallaba bastante confuso y no encontraba un norte, y nos quedamos conversando de mis avances, consejos, y como ya había hecho hallazgos interesantes, nos quedamos hablando de ellos. Al acabar nuestra corta conversación “Chau muchachón!”, me volteé, comencé a subir las gradas del salón/auditorio y solté un sonoro suspiro, el cual espero no haya escuchado…más que subir los escalones yo flotaba en el aire…
El ciclo acabó, yo acabé enamorado de mi profesor, pero entendiendo perfectamente que era un imposible, era como enamorarse de Alejandro Sanz o algo así, con la diferencia que éste al menos era mi amigo. Dentro de todo mi enamoramiento lo tomo como broma, como una anécdota graciosa, un imposible obvio, pero como dice el señor que mencioné líneas arriba: “Es tan bonito esto de soñar”…